Pintar el país

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La exposición de José Orcajo de Francisco (Segovia, 1948) en el Torreón de Lozoya se titula 'En panorámica', no se refiere a que muestre una visión global de su obra, porque no es así, sino que el término 'panorámica' tiene el mismo sentido, muy en boga últimamente, que cuando se habla de pantallas de televisión y de ordenadores. Del mismo modo que es absurdo hacer fotos en formato vertical, si luego se van a ver en pantallas horizontales, José Orcajo tiene muy claro que el campo, por su propia naturaleza, es horizontal, salvo que se representen escarpadas cumbres o cipreses solitarios. La línea del horizonte es el lugar donde se juntan el cielo y la tierra, a los que el pintor, en la mayoría de los cuadros y un poco al estilo de Caneja, concede desigual superficie, reduciendo el cielo a la mínima expresión.
Este protagonismo de la tierra, se adapta perfectamente a ese formato horizontal y apaisado (palabra derivada de 'país' y emparentada con 'paisaje') que no deja mucho lugar para el cielo y que tampoco se puede permitir planos próximos de los que se usan para enmarcar el paisaje o crear profundidad.
Así pues, Orcajo parece mirar el paisaje girando un poco la cabeza hacia ambos lados, obteniendo una visión parecida a la de esas cámaras que obtienen fotos continuas en horizontal, mientras dirige su mirada hacia delante, hacia el horizonte.
Esta horizontalidad redundante del paisaje, añade un factor de estabilidad y de quietud a unos temas ya de por sí apacibles. Porque Orcajo, ni se ha quedado al pie del Alcázar ni se ha ido a Los Alpes en busca de motivos. Ha salido al campo con sus bártulos, lo mismo que el pintor de 'Bon jour monsieur Courbet', ha tomado apuntes de los campos próximos y ha trabajado en el estudio.
Ha recorrido la provincia de Segovia, el país y sus paisajes, y se ha detenido ante parajes irrenunciables para el pintor, como son las panorámicas del somontano donde se sitúan Segovia o Sepúlveda, o la frondosa alameda del Eresma, paisajes amenos donde los colores de la vegetación marcan el curso de las estaciones y la luz ilustra el discurrir de los relojes. En los días de verano se ha detenido ante la aspereza del roquedo de Burgomillodo o ante la inmensidad de la campiña cerealista, a veces casi dehesa, salpicada por las masas verdes supervivientes de los antiguos encinares, sobre un fondo que va desde el amarillo de Nápoles hasta los anaranjados, los ocres y los dorados. Los pinos, oscuros y gregarios, no parecen árboles de su devoción.
Todo esto lo plasma José Orcajo sobre esos rectángulos oblongos, dejando ahí el saber de toda la herencia del paisajismo postimpresionista, por medio de una pincelada característica, limpia, menuda y plana. Relajante exposición con cuadros que gusta mirar.
Fuente de la noticia: El Norte de Castilla, 09 de Febrero de 2009