Pedro Antón Sebastián: Caminando por un oficio heredado

Fotografía de Carlos Alonso Recio

Forma parte del paisaje humano de Sepúlveda, con sus paseos diarios muy temprano. Le queda la costumbre cuando se levantaba a las 4 de la mañana, aprendiéndose bien los caminos, para ir a comprar animales a los pueblos. De sus padres y abuelos heredó el oficio que ahora sigue su sobrino en su carnicería.

Perdió a su padre siendo muy joven y de forma repentina. Ello le obligó a tomar las riendas de la familia y a hacer lo que su padre le enseñó: ir a los pueblos cercanos a comprar chotos, corderos o gorrinos, para posteriormente matarlos y terminar vendiéndolos en la carnicería familiar.

¿Fuiste a la escuela?

Iba a la escuela y no me gustaba. Yo en vez de ir a jugar con los chicos, estaba pendiente de mi padre y me iba con él todos los días a Barbolla, Boceguillas, Navares… Pensaba que ya sabía hacer las cuentas, me había enseñado mi padre. En el camino las iba haciendo para que no se me olvidaran. Si comprabas 20 corderos, ibas poniendo lo que pesaban y lo ponías en fila y de 10 en 10 y luego lo multiplicabas al precio que fuera y salía el dinero. Me gustaba más ir a los pueblos a caballo que a la escuela. Íbamos a muchos. En Urueñas comprábamos cerdos y corderos porque no había vacas. Siempre había que regatear y si le podías sacar 50 duros, buenos eran. La carnicería me gustaba menos. Teníamos la tienda donde está ahora mi hermana, es las escaleras que bajan al supermercado. Vendíamos cordero, cerdo…lo que salía.

¿Cuántas carnicerías había en Sepúlveda?

Estaba Maximino, Pijilla, Tinín, Pepe Chus, Plácido, Cipriana, nosotros. Nos llevábamos bien pero cada uno a lo suyo.

¿Cómo conservabais la carne?

En una nevera que hizo mi padre con un alambre para que no entraran moscas ni nada, en la cueva de abajo y ahí se conservaba. No había frigoríficos, ni cámaras ni nada. Ibas matando según ibas vendiendo. ¿Me entiendes? El matar mucho era malo. Luego compré la tienda a Saborete en la Barbacana porque era más grande para hacer las cámaras. Tenía las pinturas de Tablada y no las quitamos, ahí están.

¿y los otros animales que no matabais?

Los teníamos en una cuadra grande donde vivía la tía Veneranda, tú no te acordarás.

Al morir su padre, iba él solo a comprar: a caballo o a pie. Farruche le ayudaba a transportarlos al matadero donde él los mataba. “Si los sangrabas bien, quedaban muy blanquitos. Me enseñó mi padre y no se iba ni un milímetro”. Aunque quiso ir a la mili, se quedó en Sepúlveda donde ha pasado toda su vida salvo algún viaje a Madrid. Su rostro parece decir que aquí está a gusto, conforme con la vida que tiene, con sus paseos… No sabe cuántos años estuvo en la carnicería “Siempre, toda la vida hasta que ya no hacía nada”. Me dice que era su madre la que vendía, excepto cuando ella no podía. Para él la mejor carne es la de ternera que sea buena, pero “si comprabas alguna que era peor, tenías que venderla”.

¿No te ha pasado nada cuando ibas a comprar ganado?

¡Anda que no hemos venido calados de agua! También venía a veces Juliancete, que es primo mío. Está casado con la Emilia de Barbolla. Su madre era la Cipriana que tenía una carnicería que era una tienda muy fresca.

¿Cuándo te jubilaste?

Yo qué sé cuándo. Ya era mayor, le dije a mi sobrino que si quería ahí lo tenía. Ahora es mucho más distinto. Van a los mataderos y el matadero los reparte.

¿No te sacaste el carnet de conducir?

No, nunca me ha gustado el coche, pero sí tenía furgoneta. Farruche me los traía, era fuera de serie. Le decías a una hora y ahí estaba. Nos íbamos a por ellos y hala. También a veces en la furgoneta de mi pariente Pichón.

Cuando se murió su madre lo tuvo claro, pensó: “¿Y qué pinto yo aquí? Pues me voy a la residencia y a tomar por saco. Y es lo mejor. Me levanto pronto y salgo zumbando a las 7 de la mañana, la costumbre. Siempre me he levantado muy pronto, a las 4 de la mañana para ir a comprar animales pues a las 9 abrían el matadero. A la hora de desayunar estoy aquí, a las 9.30. Algunos días salgo por la tarde, pero poco, por La Glorieta a la Virgen de la Peña. Andar he andado siempre porque cuando iba con el caballo y lo cargaba, yo tenía que venir andando. Iba buscando los caminos y no se olvidan, no.

Ahora están casi perdidos…

¿No ves que ya no hay ganado como antes? Venían al mercado con el macho… A Urueñas iba mejor carretera adelante pero no adelantabas nada. Por las Canalejas vas todo derecho a Castrillo y Villaseca. Me conozco todas las piedras.

Considera que el pueblo ha cambiado mucho, dentro de las casas y fuera. Iban a por agua a la fuente de la plaza hasta que gracias a Marinas, fontanero amigo de su padre, tuvieron agua corriente. Recuerda las pocas dependencias que tenía la casa, incluido “el cuarto de la estufa”, pero cree que no se construían los tabiques tan bien como ahora. También ha mejorado la vida de los ganaderos, antes tenían muy pocas ovejas, que no les daban ni para comer, aunque piensa que, cuando se quitó el matadero “se estropeó todo”.
Pedro nos mira con sosiego, con ganas de entablar conversación, nos enseña su habitación en la que su compañero ve la televisión y Carlos intenta coger la poca luz de una tarde de primavera casi invernal que no asusta a Pedro para seguir paseando.

Estrella Martín Francisco